lunes, 10 de junio de 2013

La confluencia entre los estados de la mente y el mundo fenomenológico externo



La semana pasada ví en la Web una conferencia de Tod Machover en Ted. Si no conocen Ted les ruego que le den un vistazo, y si son músicos o melómanos y no conocen a Tod, búsquenlo. El hombre está unos cincuenta o cien años avanzado diría yo. ¡Tod, Ted qué trabalenguas!


Antes de hablar sobre óperas con personajes que son robots, meta instrumentos, lenguajes gráficos para componer música por colores o cosas por el estilo; Tod explicó que en su opinión de experto en interfases de última tecnología, la interfaz más poderosa que él conoce en este planeta es la música. Mucho más allá del lenguaje, un músico puede dar o darse a conocer con una conexión emocional que no se compara a ninguna otra forma de comunicación.
Pero la música, sobre todo la música instrumental, tiene tantas lecturas e interpretaciones como oyentes, dirán ustedes. Tienen razón, pero eso no le quita ni un ápice de su poder para conmover o mover los "affetti" como le gustaría a un barroco. Yo creo que el problema de las lecturas posibles del fenómeno musical es incluso mucho más complicado.
Hace más tiempo leí un reportaje a la pianista argentina Marta Argerich. Si bien ella misma se reconoce argentina es más una ciudadana del mundo que una habitante de estas grises y deshilachadas pampas. Sin embargo no deja de ser una intérprete de una potencia inigualable y un personaje fascinante. Una excéntrica, una "nerd" diría un angloparlante; que por momentos cuando habla parece acercarse peligrosamente a la incoherencia.  Pero cuando uno entra en la modulación pausada y medio errática de su discurso, éste adquiere una profundidad poco común.  


En este reportaje entonces, Marta hablaba de las sensaciones que había tenido la primera vez en su vida al escuchar una música en particular. Tal vez un concierto para piano que ella no conocía, no recuerdo exactamente. Con un lenguaje algo barroco describía la profunda impresión que le había causado y cómo le había conmovido. Pero lo que más me llamó la atención en su relato es que ella hacía hincapié en el momento en que había escuchado dicho concierto. Incluso mencionaba que las sucesivas veces que lo escuchó su reacción fue diferente. Quedaba claro que cada escucha era diferente y provocaba sensaciones distintas.
A la obra del psicoanalista inglés Wilfred Bion la conozco de oído. Pero mi recientemente fallecido suegro, Darío Sor, era un especialista en Bion. De él recuerdo haber aprendido que Bion creó una tabla donde se clasificarían los tipos de emociones y pensamientos de la psiquis humana. Con mi de-formación matemática y cibernética yo lo pensaba como cambios de estado, estados mentales; asimilables a la teoría de autómatas finitos.


Poco antes de morir mi suegro me contó de uno de los proyectos en los que estaba trabajando, que quedó obviamente inconcluso. Éste era diseñar un sistema de notación que permitiera preservar de forma escrita los distintos estados mentales de un paciente durante su sesión de psicoanálisis. Era como anotar una partida de ajedrez donde la psiquis del paciente se iba corriendo por distintos estados de una tabla ampliada de Bion como respuesta a las hábiles o inhábiles intervenciones del terapeuta. Uno de los modelos posibles para construir ese sistema era la notación de una partida de ajedrez; el otro era el sistema de notación musical que también transcurre en el tiempo. 
Le llegué a mostrar los rudimentos del sistema de notación musical moderno, como así también las formas de notación pre Guido D’Arezzo1, por ejemplo la notación pneumática medioeval.

Volviendo al tema de la experiencia tenemos entonces varias variables a considerar a saber:
         una serie de estados mentales entendidos como el emergente consciente de una determinada configuración neuronal con sus cargas eléctricas y químicas en un momento dado en el cerebro.
         Por otro lado tenemos un estímulo externo aprensible desde lo sensorial por la conciencia previamente descripta.
         A esa idea agregamos el hecho que la confluencia entre estado mental y estímulo ocurre en el tiempo y como tanto los estados mentales como los estímulos son sumamente cambiantes las posibilidades de confluencias posibles tienden a infinito.

Cada vez que experimentamos algo la vivencia es percibida desde un estado mental determinado que al ser cambiante incide en la forma en que decodificamos la experiencia. Si tuviéramos el mismo estímulo unos minutos antes o unos minutos después, tal vez no lo percibiríamos e interpretaríamos de la misma manera.
         Además dentro del concepto de estado mental podemos incluir las emociones. Si estoy deprimido una música determinada me va a producir diferente al que haría si estoy con ánimo neutro o positivo. La calidad de la percepción también influye, puedo estar viendo mal o con poca luz tener errores de percepción porque el modelo mental que percibo puedo llegar incluso a ser confuso o no corresponderse con la realidad.

 
 Cuando el estímulo externo es producido por otra persona, la situación se complica sobremanera. Es el caso de la comunicación entre conciencias. Dos conciencias, dos estados mentales intentan comunicarse dentro de un canal perceptivo que incluye demasiadas variables subjetivas. “Yo siempre sabré lo que te digo, pero nunca sabré lo que escuchaste”.  La comunicación entre personas ya sea verbal o no verbal puede considerado un canal de comunicación muy proclive a discrepancias en la interpretación. También la comunicación se produce entre seres humanos que tienen estados mentales distintos entre sí y a sí mismos a lo largo del tiempo. “A lo mejor me decías esa frase en otro momento y no me la tomaba tan mal”.
 Incluso un mismo estímulo externo puede ser percibido por dos consciencias de formas radicalmente distintas. Dos o más personas, con distintos estados mentales, con distintas formas fenomenológicas de aprehender la realidad y con distintas subjetividades para interpretarla pueden llegar a decodificar el mismo hecho externo de formas radicalmente distintas. Eso me recuerda un cuento chino clásico traducido por el escritor argentino Bernardo Kordon, amigo de mi padre; sacado del libro “Cuentos chinos con fantasmas”; del que ya hablé en otra ocasión2.


 Podríamos pensar que toda experiencia es un punto en un espacio tridimensional con tres ejes. Uno por supuesto es el temporal y los otros dos son los estados mentales y el tipo de información de entrada o estímulo externo que el cerebro procesa.  El fluir de la conciencia en vigilia es un plano es dicho espacio tridimensional.
 En resumen, no sólo cambia el mundo constantemente sino que nosotros o mejor dicho nuestros estados mentales conscientes, cambiamos todo el tiempo. Por lo tanto nuestra construcción subjetiva de la realidad es claramente no determinista y me animaría a decir casi aleatoria.
 

             1.-  Guido y Juan Sebastián, probablemente los dos nombres más elegidos para hijos varones de padres músicos. Que además simbolizan el inicio y el final de lo que hoy conocemos como “Música Antigua”.
             2.- http://huginnymuninn.blogspot.com.ar/2009/02/fantasmas-chinos.html

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