miércoles, 25 de marzo de 2009

Evolución política

Es un lugar común decir que se es izquierdista a los 20 años y burgués conservador a los 40. Pero contiene algo de verdad; cuando se forma una familia y se tiene una actividad económica definida, exitosa o no; se tiende en general a pretender alinearse en una sistema o esquema social que mal que mal nos contiene.
Pero los ideales de equidad, erradicación de la miseria y demás consignas grandilocuentes cuasi evangélicas del pasado suelen metamorfosearse en defender el pequeño mundo creado por la familia y los amigos y nada más. Algo así como una circunscripción de la solidaridad.
Tiendo a pensar que por más entendible que parezca este cambio o desaceleración; es éticamente condenable porque termina siendo un egoismo ampliado.
Entonces las rimbombantes banderas rojas debieran seguir siendo levantadas pero sólo aquéllas que no implican ideología alguna. Bregar por el cuidado de la Madre Tierra, para que todos los habitantes de ella, o al menos del país en el que vivo, puedan comer, abrigarse, educarse y divertirse dignamente y otros "deseos de fin de año" con contenido social.
El problema, por lo menos para mí, es que la adopción de ideales burgueses como podría ser adherir al macrismo como evolución darwiniana del "vamos a arreglar" el mundo adolescente; implica un salto de fe comparable al de abrazar algún ignoto culto neocristiano anglosajón.
Además de implicar un corrimiento en el espectro ideológico, abandonando el rojo por el azul liberal de derechas; es necesario creer en figuras salidas de ámbitos que tradicionalmente no se caracterizan por la solidaridad, la equitativa repartición de la riqueza, la solución a temas endemicos de miseria y porqué no, tampoco la cultura.
A lo mejor exagero en mi visión escéptica a rabiar y en vez de mutar en un conservador cuarentón, degeneré en un nihilista criticón que sólo ve la revolución bajo la forma de individualismos que se superan.
Pero hay figuras cuya catadura ética los invalida en forma definitiva e ideologías que soslayan o marginan los ideales inoxidables, aún para la podredumbre de la política, esa "sabiduría de los tontos, esa ocupación de los ociosos", como creo decía Voltaire.

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