viernes, 3 de octubre de 2008

Cronos

En algún momento de nuestra vida, tal vez al comienzo de la adultez; nos damos cuenta del paso inexorable del tiempo.

La niñez, esa especie de Jardín del Edén privado, es un terreno absolutamente atemporal. Hasta antes de la irrupción intempestuosa de los años escolares, la vida es un continuo fluir sin pasado ni presente ni futuro. Pero al empezar el proceso de domesticación social llamado escuela, el tiempo asoma su fea cabeza en la vida de los seres humanos. El ordenamiento consistente en e año tras año de colegio y el saberse inmerso en un proyecto a largo alcance de escolarización dan una primera sensación del transcurrir de la vida. Pero la conciencia de la propia finitud no se forma todavía y el contacto con la muerte no suele ir más allá de la muerte de algún abuelo o abuela, de cuya morbosidad nos protegen celosamente nuestros padres.

Pero al promediar la adolescencia se adquiere la noción de que el niño que fuimos ya no volverá jamás y nuestro cuerpo, con su batería de vellos y voces roncas; nos lo recuerda a cada paso. Esa es a lo mejor la primera muerte, la del niño cuya voz femenina nos abandona para simepre. Muchos músicos que cantaban de niños hablan de eso.

Una vez adultos nos damos cuenta cabal del ataque inexorable de ese enemigo que como decía un poeta cuyo nombre no recuerdo "nos mata huyendo ...".

Comienza ahí una desesperada carrera por frenar ese paso lento pero seguro que a estas alturas ya nos suena como una imparable decadencia. Algunos se aferran durante décadas a las vivencias y gustos de sus años juveniles (probaron alguna vez de volver a escuchar esa canción que nos volvía locos a los quince años ?). Otros se embarcan en diversos proyectos tendientes a la perduración (hijos, matrimonio, estudios) o el más de moda actualmente el éxito económico y profesional; en mi opinión el menos seguro. Otros empiezan una búsqueda espiritual que les brinda consuelo y apoyo.

Si como alguna vez leí en un libro de biología las células de un organismo humano se renuevan en su totalidad cada siete años; la diferencia entre mi persona actual y mi yo niño de diez años es la misma que existe entre la simpática moza que me está sirviendo un capuchino y yo.

Pero la lucha contra el tiempo es una batalla perdida de antemano. Ni siquiera las Pirámides de Egipto, uno de los más impresionantes intentos de eternidad, pudieron ofrecer un combate más o menos digno. Será por eso que casi todas las personas que pasaron la mal llamada mediana edad siempre hablan de "su época". "En mi época las cosas no eran así...". Pero si todavía siguen vivos el presente sigue siendo "su época". Pero tácitamente están aceptando la derrota incondicional a la que los somete Cronos siendo la batalla decisiva siempre la última.

Acaso nada puede vencer a Cronos ?



2 comentarios:

Andrea dijo...

Si, se podría decir que cuando uno toma conciencia de lo que lo que está perdiendo con cronos es IRREVERSIBLE, entra en una especie de pánico...
Y luego pasa a la aceptación, y luego al disfrute de lo que llega.
De todos modos creo que hay una necesidad de afirmación de autoridad entre quiene dicen "en mi época las cosas eran...".
En fin.
Salud! interesante blog!

goolian dijo...

Gracias, Andreievna.

Si al final está el disfrute, aunque sepamos que es efímero, ilumina todo lo que vendrá.